En nuestra mano está



No hace falta ser un sabio, ni siquiera un buen observador, para darse cuenta de la escisión en que viven el hombre y la mujer, vosotros y vosotras, ustedes y yo, en estos días que corren, y más que corren, vuelan. Obsérvense por un momento y percátense de la lucha que se libra casi en cada instante dentro de cada uno de nosotros. Siempre hay una parte de nosotros luchando con otra parte, igualmente nuestra, siempre en conflicto. Nuestra voluntad luchando contra nuestros deseos, nuestros deseos contra nuestro instinto, nuestro instinto contra nuestro intelecto, nuestra mente contra nuestro cuerpo. No es de extrañar que rara vez hallemos paz. ¿Qué son todas estas partes y a cuento de qué tanta discordia? Creo que son esta lucha, este desequilibrio y este desasosiego, la causa que impulsa a muchas personas a la locura, a la desesperación y a la violencia. Por suerte, muchos otros deciden visitar al psicoanalista, ir a vivir en el campo, tomar clases de Tai Chi o de Yoga, prestar atención a su salud, respetar el medio ambiente y/o cuidar la alimentación, con la intención, más o menos clara, de encontrarse a sí mismos, o, al menos, algo de paz. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría vive en la más rotunda y anquilosante inopia, como en un punto muerto, siempre en el límite confuso e impreciso entre la locura, y su violencia, y la mediocre, falsa bondad, que otorga la ignorancia, esa ignorancia que nos hace parecer inofensivos, pero que, de la noche a la mañana, puede convertirnos en el protagonista de la página de sucesos, ese vecino tranquilo y educado que se convierte de repente en un asesino, un violador, un pederasta, o todo esto a la vez. Ni siquiera los que buscan vía alternativas están lejos del peligro que caer en la demencia. El psicoanalista puede acabar seduciendo a su paciente, el profesor de Yoga en pleno proceso de divorcio y con un hijo adolescente al borde del suicidio; hay gente que se va al campo a terminar de perder la cabeza, y muchos de los que cuidan del medio ambiente y de su alimentación son incapaces de mostrarse afectuosos con sus vecinos, o al menos de dejar de criticarlos; algunos son incapaces incluso de mostrase afecto a ellos mismos, o al menos de dejar de auto criticarse despiadadamente. Es realmente alucinante el plan que nos traemos. Por cierto.
No podemos encontrar la paz sólo por ir a vivir al campo, ni tras miles de horas en el diván de la Gestalt, ni visitando a cien gurús. No podremos criar hijos sanos mientras vayamos al galope de nuestra neurosis. Queremos que acabe la violencia en Oriente Medio, pero no echamos cuenta de la violencia que ejercemos en nuestra casa y sobre nosotros mismos, la violencia que hay en nuestras palabras y en nuestros actos. El mundo que vemos no es más que un reflejo del caos interior que nos gobierna.
Quizá sea el momento de iniciar un cambio, no fuera, sino dentro, en el ámbito más cercano que tenemos, en el ámbito de nuestro propio cuerpo, de nuestra propia mente, de nuestro propio ser. No está en nuestras manos el cambiar el mundo, inténtenlo y verán que es imposible. Puede pasar el poder de unas manos a otras, pero siempre habrá desigualdad e injusticia, mientras no hallemos la Paz Interior. Intenten cambiar el mundo, luchen, devánense los sesos y siempre acabaran con cierto grado de desilusión y angustia. Ahora bien, el cambiarnos a nosotros mismos es algo que está al alcance de todos. Aceptemos la responsabilidad de transformar y trascender nuestras vidas. Busquemos ayuda en las terapias, en las disciplinas integradoras, en el contacto con la naturaleza, pero no eludamos nuestra responsabilidad en la construcción de la paz. No esperemos que nadie venga a salvarnos, o que las cosas que nos rodeen cambien según nuestro capricho. Transformarnos a nosotros mismo es cambiar el mundo, en nosotros está la puerta que lleva a paz, la llave ya está, siempre ha estado, en nuestra mano.

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