El cuerpo como guía



En nuestra sociedad, debido a su origen en la cultura greco-romana y a la influencia de la tradición judeo-cristiana, siempre se le ha dado una enorme importancia a la mente en detrimento del cuerpo, que siempre ha sido visto como una especie de cárcel del alma, receptáculo del pecado, algo sucio y vergonzoso que debía ser ocultado a la vista y reprimido en sus impulsos. Esta concepción del cuerpo pesa aún hoy, y de manera aplastante, sobre nosotros. El hecho de ver a diario cuerpos desnudos en televisión, así cómo el auge de la pornografía, o lo que se ha dado en llamar el “culto al cuerpo”, esa nueva adicción a moldearnos a base de machaque en el gimnasio, o de pasar por el quirófano, no se trata de otra cosa que añadir más culpa y desprecio por el propio cuerpo, nuevas formas de agredirlo y castigarlo. La lucha del la mente contra el cuerpo no es más que un reflejo de la lucha del hombre contra la naturaleza. Inútilmente tratamos de reprimir o ocultar nuestros impulsos, si algo nos duele tomamos una pastillita; esto es como ver en nuestro coche la luz que señala la falta aceite en el motor y poner una pegatina para dejar de ver la luz, el coche sigue necesitando aceite, pero nosotros ya estamos tranquilos porque hemos tapado la luz. Rara vez escuchamos a nuestro cuerpo, seguimos trabajando sin permitirles descansar, vestimos ropas que nos oprimen, usamos un calzado que nos tortura los pies, arrojamos en nuestro estomago toda clase de venenos, nos obligamos a permanecer en lugares insanos, donde el aire es irrespirable y el ruido insoportable, pasamos horas realizando trabajos mecanizados, solicitando los mismos grupos musculares, o lo sometemos a excesivas horas en el sofá con los ojos clavados en el televisor. ¿A qué se deben todas estas agresiones? La lucha que mantenemos contra el cuerpo es tan absurda como la lucha del hombre contra la naturaleza, al mismo tiempo que trata de dominarla sólo consigue destruirse a sí mismo.

El trabajo que tenemos por delante es reconciliar al ser humano con la naturaleza, a través del proceso de integración de la mente y el cuerpo. Cualquier actividad física que excluya a la mente será inútil, y en esencia neurótica. Está comprobado por la experiencia que los atletas no tienen mayor esperanza de vida que la gente que no practica deportes en absoluto. La competencia en que se basan hoy día todas las prácticas deportivas (llegar a la meta y obtener la medalla), no es más que un reflejo de los valores actuales del binomio éxito-poder. Muchos dirán que sólo hacen deporte para superarse a sí mismos, lo cual es igualmente absurdo; es como si un caballo intentara correr tanto que se adelantase a sí mismo, no podemos superarnos a nosotros mismos, sólo hallarnos y reconciliarnos con nuestro propio Ser. Otros dicen hacer deporte por “desconectar”, para “parar la mente”; mientras corren, o juegan un partido de fútbol, el tiempo parece detenerse y el flujo de pensamientos repetitivos y compulsivos se calma durante el lapso de tiempo que dedican a ejercitarse. El cuerpo se activa, la sangre fluye, la energía se moviliza en todo el cuerpo, nos invade una sensación de júbilo y vitalidad; esto es maravilloso ciertamente, pero siempre que excluyamos a la mente del juego deportivo, nuestro trabajo será incompleto. Asimismo existen prácticas, muy de moda estos días, destinadas a desarrollar los “poderes mentales”, técnicas de visualización, pensamiento positivo y creativo, que en ocasiones proporcionan también una sensación de bienestar y seguridad; pero estas prácticas también deben incluir al cuerpo en la experiencia si quieren ser completas y saludables.

Puesto que no somos sólo mentes etéreas, o meros cuerpos automatizados, en la integración de estos dos aparentemente opuestos ámbitos de nuestro ser, está la calve de la salud, la paz y la armonía. Todo nuestro trabajo debería estar destinado a aprender a escuchar a nuestro propio cuerpo, a tomarlo como un guía que sabe en todo momento qué es lo mejor para nosotros mismos. He oído decir que si le hacemos caso al cuerpo sólo querremos estar tumbados sin hacer nada, pero, en realidad, estar tumbado todo el día no aporta ningún beneficio al cuerpo ni proporciona un incremento de energía, la prueba está en el hecho, por todos conocido, de que cuanto más duermes más necesitas dormir o más cansado estás. Hacer periódicamente una cura de sueño es algo saludable, pero si nuestro sueño no es reparador, si cuanto más dormimos más queremos dormir, o por mucho que descansemos siempre nos sentimos agotados, debemos tomarlo como un signo claro de depresión. Depresión y agotamiento son dos síntomas perennes en nuestra sociedad, y ambos se deben a una escisión entre el cuerpo y la mente, y sobre todo a la tiranía de ésta sobre aquél. Escuchar el cuerpo no es un trabajo fácil, y todo aquel que lo intente observará lo pronto que se interpone la mente en el proceso de escucha, interfiriendo a cada paso. Por suerte, existen numerosas disciplinas integradoras y terapias holísticas que nos ayudan a prestar atención a nuestro cuerpo y a su lenguaje; pero existe un trabajo que nadie puede hacer por nosotros, un trabajo que sólo con perseverancia y paciencia, con constancia y diligencia, nos llevará de retorno hacia nosotros mismos, el retorno a la naturaleza. Sólo a través de la integración de mente y cuerpo tendremos acceso a una dimensión más profunda de nosotros mismos, a la vivencia total, integral, de nuestra Esencia, la experiencia directa de realización del Ser. Esta es la verdadera Libertad, la verdadera Gloria, el Paraíso y el Edén.

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